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Me pregunto, qué haría yo, que siempre tenía una sed tremenda. Supongo que me entretenía jugando y cuando llegaba a la fuente o no había agua o se me echaba la campana encima y no me daba tiempo a beber. Y, ¡Cómo sabían aquellos vasitos de casera de naranja en la cantina durante el recreo, qué placer y qué escaso! todavía hoy recuerdo aquello como un lujo, aún, no superado. ¿Y las cantimploras lo escasas que eran y lo que valía que algún compañero te permitiera darle un trago cuando íbamos de excursión?...
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